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Conocer ciudades - otras - un croquis situacionista

  • Foto del escritor: Transformación colectiva
    Transformación colectiva
  • 19 nov 2018
  • 5 Min. de lectura

Luis Durán Segura Antropólogo urbano. Docente e investigador de la Escuela de Arquitectura y de la Escuela de Geografía

“Pensamos en que hay que cambiar el mundo”, Guy Debord.
“Pensamos en que hay que cambiar el mundo”, Internacional Situacionista

¿Quién no ha querido realizar happenings y performances en una esquina altamente transitada, o imaginado en su tiempo indolente cómo sería seguir tentaciones nomádicas, perderse como un niño en la ciudad o mimetizarse con la multitud? De eso, a grandes rasgos, trata el movimiento situacionista francés del siglo XX. De eso y de guiñarle el ojo a lo complejo, a lo caótico.

Precisamente, este breve croquis pertenece al orden metodológico, pero no en su acepción utilitarista que convoca “reglas a seguir” o “manuales” para alcanzar un fin. Más bien, se presenta como una poética del camino y del desplazamiento. Es ahí, en el deslizamiento, donde está la potencia, decía Baruch Spinoza en el siglo XVII. De orden metodológico, en tanto maneras analíticas radicales y creativas. Las raíces griegas señalan el término ‘método’ como movimiento, diligencia activa. Incita a la conmoción -corporal, mental, espiritual, literaria, entre otros- sin prefijaciones. Las nociones presentadas conforman un recurso heurístico y no una “gran ley”. Una pedagogía radical de procesos y no de productos.

La ciudad se presenta, quizá hoy más que nunca, como un gran laberinto asteriónico. Espacio joyceano de caminos enroscados, esquinas tramposas, bifurcaciones rotas, puertas falsas, calles sin salida y todo tipo de matráfulas sedimentadas históricamente. Zigzags advertidos por el sociólogo francés Michel Maffesoli. Para los situacionistas, justificadamente, se trataba de abrir el azar y habitar en sus entrañas. Los caminantes reflexivos eran convocados a “extraviarse” mientras encontraban la “salida”. Conocer otras ciudades dentro de las ciudades conocidas. Entregarse a la “situación” -idéntica a la definición del filósofo Henri Lefebvre-, ese instante irrepetible, fugaz, huidizo, azaroso, sometido a constantes conversiones, intensificaciones y aceleraciones vitales.

El objeto de tales irrupciones fue descubrir “plataformas giratorias”, basándose en técnicas que consistían en “dejarse llevar” y, al mismo tiempo, “dejarse retener” por los requerimientos y sorpresas de los espacios urbanos. Era un medio de conocimiento y un medio de actuación. Su principal expositor, el filósofo Guy Debord, pretendió la creación de microambientes temporales y de juegos de acontecimientos para vivir un momento único. La deriva, que era su operación favorita, tenía un doble sentido: desorientación y desviación. La desorientación no significaba “no saber qué hacer”, en una connotación negativa, sino que implicaba perderse activamente, encontrar caminos distintos, o sea, “desviarse”. El arte de saber perderse para conocer la ciudad y encontrarse consigo mismo. La deriva se configura en la dinámica de circunstancias imprevisibles y sometidas a oscilaciones. Una metodología de encuentro y promoción de escenarios en la “profundidad” de la piel urbana, parafraseando al escritor Paul Valéry: “atendiendo a las solicitudes del “azar”.

Debord concibió su dérive como una forma de crear itinerarios completamente nuevos e impredecibles, dependientes de la casualidad y de los impulsos y reacciones espontáneas y subjetivas del urbanita. El recurso de la casualidad recuerda, inevitablemente, la doctrina de la “casualidad objetiva” de André Breton, y sobre todo a su gran libro, Nadja, que registra una serie de paseos sin objetivo por París, puntuados por un patrón de atracción y repulsión hacia ciertos edificios, o tipos de edificios en lugar de otros. La dérive también implicaba la posibilidad de potlatchs casuales, reciprocidades, de conocer a desconocidos.

Andar, deambular y vagar exhorta Francesco Carreri. Cruzar un terreno, abrir un sendero, reconocerlo como lugar. Comprender valores, reinventar geografías, recorrer un mapa sin tenerlo en la mano o en la mente. Captar ecos, guiarse por los miasmas. En un mar, encontrar un archipiélago que albergue una isla-aventura. Descender y trotar, acercarse a la ciudad de “abajo”. Medir una descarga eléctrica. Captar lugares-otro, construir relaciones de relaciones, saltar un muro y rayarlo. El flâneur de Honoré de Balzac, Edgar Allan Poe y Charles Baudelaire ya lo insinuaba. Dejarse llevar por un instinto básico, abandonar un andén, dejar huellas. Todo un modelo lúdico de reapropiación del territorio que incorpora y revaloriza la experiencia. Un juego, un placer y también herramienta para la diagnosis del contexto urbano.

La ciudad, el tema que ha convocado estas líneas, ya no es sólo un cuadro de fondo para el movimiento. Es la agitación y la improvisación misma. El “afuera”, el exterior incontrolable del paseo repentino de Kafka. La calle es, para los situacionistas, la circulación de todo tipo de corrientes, encuentros, sacudidas, atracciones necesarias, torbellinos, revelaciones, fulgores, sobresaltos, experiencias, posesiones. Un rizoma deleuzeguatarriano. Una heteromorfa red de nudos, de flujos y de engranajes. Dicha tendencia cultivó formas alternativas de conductas cognitivas, grupales y experimentales.

Los situacionistas legan, igualmente, un análisis crítico del urbanismo tradicional basado en la certeza, al que cuestionaron como herramienta de la sociedad de clases, la alienación humana y de la explotación capitalista. Pretendieron cambiar ese “aburrido” modelo disciplinante y carcelario, al estilo foucaultiano, por un nuevo urbanismo unitario, lúdico y participativo. Era un proyecto social y, al tiempo, de experimentación. Una auténtica post-it-city. Hacerse y deshacerse sin dificultad dentro de vínculos sociales imprevistos. Una nueva planificación que especulaba la des-planificación y el triunfo de una anarquía -que de por sí ya reinaba en las calles- como punta de lanza. El antiproyecto “New Babylon” del arquitecto holandés Constant Nieuwenhuys es un recalcable ejemplo. El urbanismo situacionista o urbanismo unitario (UU) pensaba en un habitar des-territorial, en la porosidad y la ocasión, la multifuncionalidad, la heterogeneidad y pluralidad, en la apropiación y no en la propietarización. La deriva era su propuesta política, en tanto apuesta pulsional, no categórica, pasional y transformadora.

No en vano se podría leer el urbanismo situacionista como una crítica profunda al legado lecorbusieriano. Diatriba que estuvo principalmente dirigida contra el estricto funcionalismo y el biologismo básico, contra una idea que reducía la arquitectura y el urbanismo a mero medio para un fin en lugar de considerarla un fin en sí misma; y especialmente, por “asesinar” la calle. Sobre este último punto, se reprochó al arquitecto suizo creador del Modulor no haber logrado reconocer que la calle era el sitio de un desorden vivo, un lugar para jugar y aprender; un sitio de la función informativa, la función simbólica, la función lúdica y no sólo la función de movimiento. Recuérdese que en gran parte de la obra del “Cuervo”, la complejidad de la vida urbana muchas veces aparece desde el punto de vista normativo o, en su efecto, desde una clara “demolición” de las micro-libertades de la ciudad. Publicado en: Revista Construir. Órgano oficial de la Federación Centroamericana de Arquitectos.


[Imágenes: The Naked City de G. Debord, New Babylon de C .Nieuwenhuys y Playgroud de C. Nieuwenhuys]

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